jueves, 16 de abril de 2015

Cuatro retratos de mujer

CUATRO RETRATOS DE MUJER
                          I
Casi cuarenta años llevaba sin saber
dónde empezaba y dónde terminaba
el sueño de humo azul
de este valle de Atzaró,
el que me perturbara entonces para siempre
una tarde cobriza de invierno.
Tuviste que llegar tú, Mary Wu,
una noche de agosto
con tu piano, con tus manos, con
aquella melodía,
("La canción de la luz cristalina", de Joyce Tang),
para que desvelases el secreto
que estaba muy oculto
en el verde más verde
de los árboles opulentos,
en el abismo de las dos fuentes,
 en la calma del estanque rebosante
de luna amarilla,
en el silencio de los rebaños como muertos,
en el secreto negro del pozo blanco,
en el secreto blanco del alma verde
de la isla.
                       II
Reconozco muy bien esa tristeza
de que hablas en tu carta.
Sientes que, de repente, te has quedado
sin las raíces de tus sueños hondos,
aquellos que viniste a comprobar
que eran ciertos,
que realidad se hicieron
en la ciudad de las piedras de oro.
Ahora has regresado
 a tu isla de Kalymnos,
a tus costas de Jonia,
y te has dado cuenta
de que tú misma eres ya una isla.
Mas tienes que pensar que esas raíces
que aquí echaste, que crees ya perdidas,
aún están arraigadas profundamente en ti.
Te tocará ahora rescatarlas
a través de esos símbolos tan bellos
que tú muy bien conoces:
la mar, la nave, el ciprés, las ruinas,
y Homero, tu Homero;
o de esas ermitas tan azules, tan blancas,
donde lo griego y lo cristiano un día
se fundieron
para alcanzar el conocer más alto.
Quizá porque debías propagar
 el saber y el sentir de tus antepasados
(razón y amor)
 te has visto obligada a retornar
 a tu tierra.
No debes estar triste
porque en este continente nuestro
le estén cortando cada día más
las manos y las alas
al espíritu,
a quienes, como tú, nos han traído
hasta aquí una ofrenda.
Tu ahora estás en esa Grecia extrema
donde, adormecidas, aún descansan
las semillas fecundas
de lo que fuimos, somos y seremos.
De ellas germinarán nuevas raíces.
No debes estar triste.
Tú ahora estás donde nace la luz.
Nosotros nos quedamos en
 este occidente
donde una noche avanza
–sobre la escarcha de los páramos,
 sobre un desierto de mieses cansadas–,
hacia los montes más negros,
los que preludian un océano
de olvidos.                    
       III      
   (Clara en los Uffizi)
Ibas despreocupada paseando
por  las salas del museo de los Uffizi,
sin saber hacia dónde dirigir tus dos ojos;
avanzabas quizá con el cansancio
del que ha recorrido Florencia todo el día.
No sabías que, de repente, Allí
te iba a asaltar un poderoso símbolo:
el de la inesperada Belleza,
el ideal sublime de Belleza y Verdad,
ese que (todavía) nos hace a los humanos
más humanos.
Botticelli fue el nombre del artista.
"La Primavera" el cuadro.
No supiste qué hacer
y te quedaste muda.
Simplemente dejaste que hablase el corazón.
Y te pusiste a llorar.
Y llorabas,
y llorabas.
A la Verdad y a la Belleza sólo
le faltaban el gozo tus lágrimas.   
                    IV
No sé si esa muchacha
amamantada de temor, de dolor, de terror,
puede ser a la vez otras muchachas,
pues creo haberla visto en otras ocasiones.
Por ejemplo, quemada por el sol,
con su ardorosa tez,
 como de barro cocido,
 y sus ojos abiertos
 a una lluvia de agujas de arena,
allá en los desiertos de Tinduf.
Pero antes creí haberla visto,
escapando de una negra borrasca de espinos,
 corriendo desnuda,
crucificada en un aire de napalm.
¿O acaso estaba ella muy serena,
 de rodillas,
abriendo la esperanza en este mundo,
a la luz de una vela,
con sus manos plegadas como alas de paloma,
allí donde un día estuvo el cráter,
 la furia en llamas de Hiroshima?
(A veces me parece que esa calma sublime
de unas manos unidas,
 de unos ojos cerrados,
la vi en otra muchacha, también de Extremo Oriente,
que tenía su nuca a la sombra
de un enjambre de bayonetas.)
Mas no creo que debamos ir tan lejos
para encontrarnos con esa muchacha.
Aquí, muy cerca, la podemos ver
sin una gota de odio,
con la sonrisa más clara y más dulce,
 a pesar de sus piernas amputadas.
¿O quizá ella estaba muy lejos,
 con esas mismas piernas
aprisionadas en un pozo, con
 el agua-fango, con el agua-muerte
 acariciándole la boca,
lamiéndole
el borde de los labios?
¿O estaba apedreada en un terreno áspero,                                                                                                                         cercada por impávidas miradas masculinas?
 ¿O exánime y exangüe, rescatada
para su tumba de olvido,
muerta,
 colgada entre los brazos de su hermano?
El temor, el dolor, el terror
no pueden evitar que esa muchacha
–que sí es y que no es otras muchachas–
nos traiga paz, piedad
y un poco de esperanza a este mundo.
Con sus manos cerradas o sus manos abiertas,
con sus ojos abiertos, o cerrados, o sajados,
con su sola presencia, esa muchacha
aún le devuelve al mundo
la infamia que de él ha recibido.
 Viva o muerta devuelve con su rostro
el abismo
 al abismo.                                                    
 Antonio Colinas

Me ha parecido un poeta que expresa muy bien los sentimientos más profundos de los seres humanos, intentando de alguna manera llegar a nosotros para que el mundo sea más justo. En este caso, nos relata las vivencias de mujeres en diferentes países, con una característica en común: una infancia o juventud muy dura, llena de terror y atrocidades. Pero también nos habla de la belleza de la naturaleza y del arte. Y sobre todo, de lo que estos nos trasmiten y nos pueden hacer sentir.
Alumno: Ángel O.

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